Pareciera una moda que se extiende entre las madres modernas el decidir romper las tradiciones, o dicho por ellas, con las mentiras de Santa Claus y los Reyes Magos, argumentando que fomentar estas creencias es educar con mentiras y crear en los niños una falsa ilusión.
La verdad es que no recuerdo haber escuchado algo así hace 10 años, aunque seguramente ya por ahí alguien había expresado la misma opinión. He leído sus argumentos y no me parecen sólidos o convincentes, pero sinceramente, los argumentos sobran y nadie debe convencerme de nada, para eso cada quién educa como quiere y como mejor le parece.
Hasta aquí todo bien; somos humanos, cada quien con una visión distinta del mundo, aunque nos tachen de mentirosos, falsos o bobos a los que nos encontramos en la oposición de ideas. El problema viene cuando yo pregunto si ese hijo, educado en madurez y bajo la premisa de una verdad absoluta, tiene la madurez y/o la capacidad de respetar la creencia de otros, porque a final de cuentas, más que una mentira, se trata de una costumbre tan arraigada que conocí más de un hogar, dónde a pesar de la escasez de los recursos y el enorme esfuerzo económico que implicaba, los reyes no faltaban aunque sólo pudieran dejar un balón, un trompo o un balero. En esos casos era más sencillo decirle a los hijos que esas cosas no existían ¿para qué molestarse? ¿para qué preocuparse? o ¿para qué sacrificarse? No creo que sólo fuera simple amor a la mentira.
Hace unos años, cuando Constanza llegó a la primaria, había entre sus compañeros un niño cuya familia tenía una religión distinta a la católica, por ende en esa casa no se creía en lo Reyes, ni en Santa y el niño no asistía a los festejos de esta temporada. Los papás decidieron explicarle que esas cosas de los Reyes Magos no existían y que eran los padres quienes compraban los regalos de los niños y le dejaban escoger algún obsequio que sus padres le regalarían en estas fechas. Como es de pensarse, un niño no tiene la madurez de "callar" o respetar la creencia de otros niños y cuando escuchaba hablar a sus compañeros con ilusión sobre lo que pedirían a Santa o a los santos Reyes, el niño decidía decirle a sus compañeros que esas cosas eran mentiras, que los padres eran los encargados de comprar los juguetes, y claro, más de un niño se echaba a llorar. Por suerte Constanza creía que su compañero estaba loco y que le gustaba ser maldoso con sus compañeros. No digo que todos los niños lo hagan con maldad, y hasta cierto punto suena lógico que un niño al que le estas "enseñando a no mentir" no quiera formar parte de un colectivo de mentiras y quiera abrirle los ojos al resto de sus compañeros. Pero nuevamente yo preguntaría, estás educando bajo el valor de la verdad y ¿qué hay con la empatía?
Me cuesta trabajo creer que esos padres, que dicen que no les gusta mentirle a sus hijos, se dirigan siempre con la verdad y que jamás hayan dicho una mentira. Pero está bien, lo repito, cada quien es libre de tener sus propias creencias y actuar como les venga en gana, sin embargo, quienes estamos al otro lado, les suplicamos que enseñen a sus hijos a no romper con la ilusión de otros, les suplicamos que cuando decidan charlar con sus hijos, les expliquen que vivimos en un mundo donde la gran mayoría de padres nos gusta mentir en estas fechas, y que no se trata de que ellos formen parte de la mentira, simplemente que no comenten nada cuando escuchen al resto de sus compañeros ilusionados con las mentiras que se les dicen en casa.
Es una atenta petición de muchos padres que atesoramos esas mentiras como uno de los recuerdos más valiosos de nuestra infancia, que con gran ilusión y ansia esperábamos el 6 de enero, y que acordábamos con nuestros amigos, primos y hermanos que no dormiríamos para poder ver a los Reyes, que en medio de nuestros sueños creíamos que habíamos visto una capa mágica, un sombrero o una simple sombra, que intentamos descubrirlos tantas veces para poderles sonreír, que creíamos escuchar un elefante o un camello y que en medio de la madrugada despertábamos para ir corriendo al árbol y ver bajo la luz parpadeante los juguetes que unos seres extraordinarios nos habían dejado, te lo pedimos esos padres a los que no nos pareció traumatico enterarnos de la verdad, simplemente lo vemos como el momento en el que teníamos que madurar, de corazón te lo pedimos todos esos padres que amamos estás fechas por la magia que se respira en el aire. ¡Ya sé, soy una cursi de lo peor!
Voy a finalizar recordando que todos somos diferentes, que la diversidad nutre nuestra riqueza cultural, que tan válida es tu forma de ver el mundo como lo es la mía, y que debemos aprender a respetar la ideología del otro. Los abrazo fuerte.