Cuando recuerdo el nacimiento de Isabel a menudo lo pienso cómo el parto que no pudo ser... ¿quién diría que puede haber partos tan no planeados, partos que se salen de control?
Cuando me embaracé de Isabel, mi segundo embarazo, estaba dispuesta a disfrutar todo lo que no disfrute 10 años atrás, a olvidar los miedos que me apabullaron como primeriza, a gozar a plenitud de un momento tan único y tan efímero a la vez. Ahora tenía la madurez que no se puede tener a los 17 años, estaba acompañada de mi pareja y quería que él al igual que yo disfrutara cada cambio de mi cuerpo, de ver crecer al bebé y disfrutar sus movimientos.
Todo era una aventura, todo queríamos planearlo perfectamente. Ya habíamos decidido el hospital donde iba a nacer, el mismo donde nació Constanza pues el trato me había parecido muy cálido y no tenía queja del ginecólogo ni los pediatras. Contaban con el personal al adecuado para llevar un parto y para atender a un bebé. Comenzábamos a pensar en el baby shower, mi mamá y yo deseábamos alquilar algún lugar y Edgar proponía que fuera en casa. Ya habíamos empezado a preparar el ahorro para pagar el parto, estábamos en tandas por aquí y tandas por allá para tener todo el dinero listo al arribo de Isabel y cuando parecía que todo iba viento en popa, empezaron a detectarme la presión arterial alta. No dimensionaba la gravedad de las cosas y no creí que pudiera desembocar en un parto muy muy prematuro.
Cuando el director general de la clínica donde me atendía me advirtió que de no normalizarse mi presión todo podría acabar en una interrupción del embarazo, me pareció algo exagerado y fatalista. Después de todo yo me sentía de maravilla ¿por qué tendría que llegarse a tan graves consecuencias? Y muy honesto me dijo que me recomendaba arreglar mis papeles de seguridad social pues de continuar con el mismo estado, mi bebé sería de alto riesgo y ellos no contaban con el equipo suficiente para atender una emergencia de esa talla. Y aunque me parecía que estaba exagerando las cosas, no lo dudamos y fuimos a darme de alta a la clínica más cercana del seguro social. Catalogaron mi embarazo de alto riesgo e inmediatamente me mandaron a realizar estudios diversos y una clínica de gineco obstetricia. ¡Ya no llegue! a ninguna de las citas... ni a la más cercana que era una semana después. Tan sólo dos días después de haberme dado de alta, me puse muy mal y me tuvieron que llevar a urgencias.
Seis meses y medio... 29 semanas... no había crecido mi barriga lo suficiente, no supe lo que era ya no poder cortarme las uñas o agacharme por el tamaño de mi barriga, ni sentir con intensidad los movimientos de Isabel, apenas sí eran perceptibles sus pataditas, no supe de la fatiga de ya no aguantar la barriga, de los pies cansados, y una vez más no supe de contracciones.
Qué caprichoso es el destino. Y que amargas me parecen las horas previas al nacimiento de mi bebé. Y cada que visitamos al pediatra en aquella clínica dónde me pensaba aliviar, siempre recuerdo como todos mis planes cambiaron. Y aunque al final todo valió la pena, y tengo un enorme agradecimiento con la vida, con Dios y con el personal que atendió a Isabel, siempre recuerdo todo como el parto que no pudo ser.
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