No siempre amamantar es la etapa idílica que muchas madres gozan, algunas lo vivimos de manera distinta.
Isabel ha llegado a los siete meses, y poquito pero sigo dando pecho. Aunque no es lo que hubiera soñado ni como lo esperaba pero lo hemos prolongado un poco más que con mi primer hija y eso ya es ganancia.
Cuando nació Constanza, mi primera hija, tenía bastante leche pero no hubo una lactancia exitosa debido a mi falta de información. Yo estaba estudiando por la tarde, desde la una y hasta las ocho de la noche estaba fuera de casa y Constanza se fue desadaptando al pecho. Cuando llegaba por la noche, era un batallar que quisiera agarrar el pecho pues lloraba, gritaba y se desesperaba y ¿cómo no? El biberón caía de a mucho y sin esfuerzo y mamar resultaba cansado. Pude haberme tirado la leche y dejarla en el biberón para no perder ese leche, pero no lo sabía y así se fue perdiendo la leche y ese contacto que sólo duró tres meses.
Con Isabel me había prometido prolongar nuestra lactancia, y vivir esa lactancia de ensueño de la que hablan muchas mamás, pero vaya que me fui a dar de bruces contra la pared y todo lo que había idealizado en ese perfecto embarazo se me salió de control, se me salió de las manos en el momento que me ingresaron de urgencias a quirófano y me dijeron que interrumpirían mi embarazo de 28 semanas.
Una vez nacida Isabel, como es natural, tenía leche suficiente que se escurría a todas horas, pero llegaba el primer obstáculo: Isabel estaba internada y en ayuno, no había modo de amamantarla y mucho menos de dejarle leche porque simplemente no era tiempo de alimentarla. Internada ella e internada yo, pedí un tira leche aunque me dolía en el alma tirar esos calostros que no podían ser para mí bebé. Tenía que usar el tira leches a escondidas pues estaba contraindicado en el hospital, ¡la extracción tenía que ser manual! Nuevamente estaba desinformada, no tenía idea de cómo hacerlo manual.
Después llegó el momento en que alimentarían a Isabel. ¡Urra! Quería ir corriendo a banco de leche para dejarle mi leche que seguro le haría mucho bien además era el único vínculo que tendríamos permitido, pues no la podía cargar, oler o besar... y entonces ALTO, -''estás tomando muchos antihipertensivos, lo sentimos, no le puedes dejar leche''. Metroprolol, losartan, nifedipino formaban parte del cóctel de medicamentos que me suministraban para la presión elevada y ni con eso me estabilizaba. Que deprimida me sentía.. Toda esa leche se me iba y no podía hacer nada.
Entonces las cosas empezaron a cambiar para bien, todo tomaba su rumbo y el sol se empezaba a asomar, comenzaban a bajarme el medicamento hasta que llegó el momento en que pude ir al banco de leche.
Con que alegría llegaba todas las mañanitas al banco de leche. Me quitaba mi blusa, me ponía mi bata, seguía un riguroso protocolo de limpieza en manos y mamas, usaba cubreboca y entonces me enseñaron a realizar la extracción manual. Apenas juntaba una onza, mi producción de leche era escasa, ya había pasado un mes del nacimiento de Isabel, y que envidia me daba ver a las mamás que llegaban inflamadas de tanta leche y se daban el lujo de llenar dos o tres frascos de leche mientras yo apenas si lograba juntar una onza. Pero no me desanimé, todos los días llegaba con gran entusiasmo pensando que a través de esa poquita leche le dejaba todo mi amor a esa bebita que no podía más que ver en la incubadora.
Y por fin llego el día de tener a Isabel en casa. Que trabajo costo que agarra el pecho pero lo agarro aunque jamás se lleno, siempre lloraba y se quedaba con mucha hambre por lo que hubo que complementar con fórmula. Por eso digo que hemos tenido una lactancia insipida pero lactancia al fin y al cabo.
Con poca leche, jamás volví a sentir los pechos llenos, y ya ni me gotean pero me sigo poniendo a Isabel de vez en cuando porque sé que le gusta ese contacto, aunque después de unos minutos grite y llore porque le es insuficiente.
Mamitas que íbamos a Banco de leche humana, mamitas de bebés prematuros.