No han pasado ni 15 días de haberles platicado que vivimos un fuerte sismo en la ciudad, que si bien aquí no dejo daños tan graves, si afecto fuertemente a otros estados del país, cuando de pronto hemos vivido otro sismo de menor magnitud pero que dejo daños mayores.
Era 19 de septiembre, la gran paradoja, la cruel broma del destino: ese día se conmemoraba en la ciudad 32 años de haber vivido el terremoto más mortífero del país. Como parte de la conmemoración, por la mañana se llevó a cabo un mega simulacro que año con año se realiza a fin de estar prevenidos ante otro desastre de esta magnitud. La alerta sísmica sonaba en la radio y en la televisión, mi esposo llamo al celular para recordarme que se trataba de un simulacro y que no me fuera a alterar.
Habían pasado un par de horas. Mis padres estaban fuera de casa al igual que mis hermanas y mi Constanza estaba en la escuela. El martes transcurría con tranquilidad, yo estaba sola en la casa, la bebé dormida estaba en su carreola a lado mío mientras yo arreglaba algunos pendientes desde mi computadora. De pronto sentí un tambaleo en la mesa, me dio la impresión de estar mareada pero inmediatamente vi a mi alrededor y me percate que la casa se sacudía. Como pude me puse de pie, tomé a mi bebé en brazos y me puse de rodillas junto a lo que considero el muro más resistente de mi casa. En medio de la sacudida se fue la luz lo cuál me invadió de terror. Sentía que los movimientos eran cada vez mayores y me atemorizaba el crujir de la tierra que se escuchaba en toda la casa. Con gran trabajo, pues sólo disponía de una mano, acerque la sillita porta bebé de Isabel e intente cubrir con ella a mi bebé, pensando que eso la podría resguardar si todo se venía abajo. Durante esos segundos de angustia me dispuse a rezar en voz alta, también pedía por mis hijas, pedía a Dios las dejara sobrevivir, rogaba por que los movimientos cesaran y al fin la intensidad de los movimientos disminuyó hasta que todo quedo en quietud.
Una vez que el sismo cesó, me puse de pie y me puse a buscar mi celular. Estaba nerviosa y tenía las manos temblorosas. La bebé ya se había despertado. Encontré mi celular e intente hablar con Edgar pero no entraba la llamada, ni a ese ni a ningún celular. Escuche que la gente salía a la calle, entonces pensé que era seguro salir. Fui por una chamarra y con la bebé en brazos fui a la calle. Las mamás corrían, como si de una persecución zombi se tratara, en dirección a la escuela que tenemos frente a la casa y en dónde asiste Constanza. Yo deje que pasaran algunos minutos para tranquilizarme y entonces sí ir por mi hija. La verdad es que las mamás pasaban en un estado de crisis total que yo no comprendía, pues desde lejos se apreciaba que la escuela estaba en buenas condiciones, los niños estaban a salvo. Nada más llegando a la puerta de la escuela se podía escuchar el llanto unisono de todos los niños, estaban muy asustados. A lo lejos vi a Constanza, también lloraba y lo reconozco, sentí unas enormes ganas de llorar, corrí a ella, nos abrazamos y deje que fluyera su llanto mientras yo contenía el mío. Hasta ese momento pude comunicarme con Edgar, él se encontraba en el estado de México y ahí no se sintió con la misma intensidad ni tampoco hubo daños como los que hubo en mi querida ciudad. Al poco rato llegaron a buscarme mis padres, estaban preocupados porque no lograron establecer comunicación conmigo. Nos fuimos juntos a la casa. Ahí entre las sombras podíamos escuchar el ruido de ambulancias y los helicópteros que no paraba. En internet y en mensajes de whatsapp ya comenzaba a rumorarse que se habían colapsado varios edificios al sur de la ciudad, entre ellos un colegio. No podíamos ver noticias así que papá puso la radio.
Tuvimos luz hasta ya muy tarde. Cuando al fin pudimos ver noticias en la televisión, pudimos darnos cuenta de la magnitud de la tragedia que azotaba la ciudad, pero la más dolorosa sin duda fue el derrumbe del colegio Enrique Rébsamen que dejo decenas de niños muertos.
Hasta el momento suman 274 muertos y varios edificios derrumbados. Continúan las labores de rescate y la solidaridad que caracteriza a mi México ya se deja ver, las calles están llenas de gente ayudando, dando su mano y repartiendo víveres. Ha llegado ayuda de Japón, Alemania, Israel, Suiza, Colombia, Ecuador, España, Chile y Perú, entre otros países. Son momentos difíciles, y es fácil para quienes no perdimos a un ser querido decir que saldremos adelante. Deseo de todo corazón que la gente que perdió sus hogares y a algún familiar pronto encuentre fuerza para resistir el dolor, y también estoy pidiendo por todas esas mamitas que despidieron a sus pequeños por la mañana y ya no pudieron verlos regresar. #FuerzaMéxico