La mayoría de las noches, después de un largo día de trabajo y antes de dormir, llevamos a mis hijas a la cama y los cuatro nos damos un fuerte abrazo.
En esos momentos me invade un fuerte sentimiento de felicidad y constantemente me pregunto ¿cómo puede caber tanta felicidad en un pequeño cuarto? En esos instantes mi corazón se siente rebozado de amor y me siento muy agradecida, doy gracias a la vida por esos dos luceros que me obsequió y agradezco por todos nuestros días soleados, por nuestra salud y por esos bellos momentos.
Pero ahí es cuando veo que la felicidad no es más que una cuestión de actitud. No, no tenemos la visa perfecta: tenemos problemas, a veces también nos preocupa el trabajo o tenemos diferencias como pareja o con la familia. Sin embargo eso no me impide que sienta mucha alegría por el siempre hecho de vivir y de tener a mis hijas.
Un día mi madre me preguntó si nunca me deprimo. No lo hago. No es que nunca sienta tristeza, somos humanos y las emociones son parte de nosotros, no se trata de ser un robot sonriente toda la vida, a veces también lloro, me canso o me desánimo si algo no sale como lo tenía planeado. Sin embargo, desde que soy madre, no le doy más peso a las emociones negativas que a las positivas. Aveces puedo llorar pero luego miro a mis hijas y me brota una sonrisa. La felicidad de cada individuo no depende de otros ni está en las cosas materiales. La felicidad vive dentro de nosotros y la gran mayoría vive buscándola por todas partes, sin darse cuenta que se encuentra en las cosas más simples de la vida.
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