Hace sólo un par de semanas atrás, en un intento de retomar el blog, describía lo bien que habíamos iniciado este año, y todos los planes y proyectos nuevos que venían.
Comenzamos enero adquiriendo nuestros primeros muebles: una sala, un comedor y nuestro refrigerador. No podría describirles la emoción que esto causa en unos recién casados (ni tan recién) que no tienen mucho y que quieren emprender la aventura de la independencia. También celebrábamos mi recién graduación de la universidad y mis energías estaban puestas en aprobar mi examen de egreso de la licenciatura CENEVAL y en buscar nuevos proyectos y clientes para estrenarme como recién egresada. Y entre tanto júbilo e ilusión que traen los comienzos de un nuevo año, de pronto el panorama nos cambió y todo se nos nubló.
Un viernes 30 de enero, casi a punto de dar la media noche, me llamó mi hermana menor al celular para informarme que estaban con papá en el hospital porque él se sentía muy mal. Esa noche comenzaba la primera noche de muchas en vela que se avecinaban. Angustiada desperté a Edgar y le dije que papá estaba en el hospital pero que no sabía qué pasaba. Inmediatamente decidió irse al hospital con mamá y mi hermana y fue él quien esa noche se quedó con papá mientras mi madre y mi hermana regresaron a dormir un rato. Papá estuvo toda la noche en observación, al parecer el problema era estomacal. Erradamente la palabra "estomacal" me tranquilizó, y tenía la esperanza de que papá estaría de vuelta en casa a la mañana siguiente. Sin embargo, ya en la mañana, cuando todavía estaba en cama, mamá me llamó para informarme que papá estaba por entrar a quirófano. La escuche angustiada pero yo mantuve mi estado optimista, papá es un hombre joven, sabía que saldría con bien. Fue un muy largo día en espera de noticias suyas, pero fue hasta media noche que mamá lo pudo ver y estar con él. En cuanto pude fui a verlo y a estar con él en el hospital. Su progreso parecía rápido, ingresó un viernes al hospital y calculábamos que antes de la semana estaría de vuelta en casa. Estaba débil, es cierto, pues fue una cirugía de gran complejidad, la oclusión estomacal que presentó provocó que le tuvieran que retirar un pedazo de intestino. Y cuando todo parecía ir de maravilla descubrieron que había infección por dentro y hubo que echar todo para atrás. Retiraron de nuevo alimentos y volvió el ayuno. Los días comenzaban a tornarse pesarosos, las noches interminables y el agobio entre mis padres comenzó a causar fricciones. De pronto papá entro en depresión, estaba cansado de estar en el hospital, y en medio de esa terrible tensión nos dieron la noticia de que papá entraría nuevamente a quirófano. Justo cuando creíamos que nada podía ser peor, nos llegó esta noticia como balde de agua fría, puesto que papá estaba débil física y anímicamente.
Tanto mamá como papá lloraron mucho antes de que él entrara a cirugía. Fue imposible mantenerme ilesa en medio de un ambiente tan deprimente y rompí en llanto también. Las horas de espera nos parecieron las más amargas, más a mi madre que a mí. Después de la larga espera el doctor salió a darnos informes. Cuando me llamó yo estaba sola, me preguntó por mamá y también me preguntó cuántas hijas éramos. Al decir que éramos tres pude ver su mirada lastimera y un gran vuelco sacudió mi estómago, sentí un dolor terrible, mi cuerpo vencido y las peores cosas pasaron por mi mente. Le llamé a mi madre con urgencia, le dije que el doctor la estaba esperando. El silencio incómodo me hacía temblar. Al fin llegó mamá y el doctor habló: papá había salido ya de cirugía (-¡urra!, gritó con gran alivio mi corazón), peeeeero el doctor nos advirtió que papá estaba muy muy delicado, que había sido una cirugía muy difícil y que el peligro aún no pasaba. Nos pronóstico muchas semanas más de hospital y nos advirtió que vienen tiempos muy difíciles. Cuando se marchó, mamá me abrazo y se soltó a llorar, yo lloré un poco, sólo quería reconfortarla. Ya cuando estuve a solas, lloré y lloré mucho, deje que el dolor fluyera de mi corazón.
Ahora estoy aquí, en la sala de un hospital, junto a mi padre, velando sus sueños y adaptándome a este nuevo ritmo de vida, a trasnochar, a los vaivenes de casa al hospital, a dejar a Constanza algunos días sin mí y aprendiendo a coordinarme junto a mamá y mis hermanas. Han sido tiempos complicados, pero juntos lo hemos logrado. Agradezco el infinito apoyo de mi esposo, pieza clave en este engrane que trabaja para que todo salga bien. La amabilidad y dedicación de algunas enfermeras hacen más liviana esta situación y cabe mencionar que papá es muy querido y popular en el hospital. Anhelo fervorosamente que papá se recupere y lo tengamos de vuelta en casa sano y salvo, no importa cuántas semanas sean, si es ese el precio que hay que pagar por su vida y su salud, me parece poco. Es tiempo de sacar la casta, y seguir adelante pese a esta prueba que el destino nos ha puesto. Después de todo, en estas noches noctámbulas encuentro la inspiración para escribir.
Saludos cariñosos.
Sé como te sientes mi papa también esta muy enfermo. Te mando un beso
ResponderEliminarGracias preciosa. Te mando un abrazo grande
EliminarEspero que se mejore pronto, un beso
ResponderEliminargracias muñequita
EliminarMucho ánimo! que haya pronto una gran mejoría
ResponderEliminarmil gracias preciosa
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